Emilio Bueso, el autor de la trilogía ‘Los ojos bizcos del sol’, nos cuenta en la importancia del ritmo y de cuidar cada frase de tu novela, especialmente la primera
Si hay algo que me repatea cuando empiezo un libro es la falta de atención a la primera frase que tienen muchos autores, cuando suele tratarse, con diferencia, del resorte más importante del libro promedio.

Lo digo muy en serio. Cada vez que me topo con una novela que empieza con una frase anodina o desangelada no puedo evitar preguntarme si la señora que casca su nombre en la cubierta será consciente de que ella y yo estamos empezando algo. Algo. Muy gordo. Con esa puta frase. Algo que tiene que ser memorable e irrepetible y que no se puede abordar de cualquier manera. Ok, puede que algunos libros, por sus características y particularidades, tengan que exentarse de formulismos y convenciones; también cabe que haya autores más especialitos que yo, que no quieran someterse a las dictaduras de la industria y de los lectores y que pasen de sentirse rehenes de metódicas y dinámicas de mercado, o de actitud. Pues nada, habrá que perdonar una primera frase irrelevante, de las que se olvidan como los números de teléfono, pero ¿qué pasa entonces con los siguientes párrafos? ¿No voy a tener mandanga de la buena en el primer capítulo? ¿Cuánto me hará esperar otra novela fallida antes de acabar siendo arrojada a la lava del Monte del Destino con estas manitas que me dio el demonio?
Porque el elefante sigue en la habitación, mientras el libro sosaina sigue abierto. No sirve de mucho cambiar los problemas gordos de sitio y a mí me da igual que esa novela se las pretenda de especial, chapada a la antigua o de las que ponen a prueba al lector haciendo algo tan suicida como tomarse su tiempo justo cuando las columnas del debe y del haber andan las dos a cero patatero. Mi tiempo, lo mismo que el de todo el puto mundo de un tiempo a esta parte, se ha vuelto carísimo y ya no lo invierto ya en cualquier vaina, por aquello de que probablemente tenga por casa estorbando a Netflix, Disneyplus, Hachebeomax, CachocabronPrime y mil mierdas más, con las que perderme la vida sin pensar en nada. ¿Para qué tengo yo que conceder crédito a un libro que pretende mantenerme atento y quemando fósforo durante venga horas a cambio de apenas una historia más, si ya hace tiempo que me he quedado con que no voy a vivir para empujarme todas las que me aguardan en Full-HD y ya he pagado?
Es la tragedia de la literatura de ahora, que tiene que enganchar y que funcionar a toda mecha, que se ha convertido en un tren de alta velocidad y que ya no hace paradas ni concesiones. De eso, de la dictadura el ritmo narrador, y de muchas más cosas sobre la voz y la metódica discursiva que se lleva os tengo que hablar. También de muchas otras fórmulas, estrategias y resortes que he ido desarrollando a lo largo de mi periplo de quince años espoleando al caballo muerto de la ficción especulativa original en castellano. Tal vez os interese saber cómo arranca el despegue una obra kamikaze, ya que todos sabéis cómo terminan. De paso, me voy a despachar a gusto con un montón de cosas que me llevan rompiendo los cojones desde que empecé.
En fin, el conjunto de clips que conforman mi curso en Phantastica no es un taller literario ni tampoco un epitafio o un taller de escritura creativa. Es un motocarro. Tirado por tigres. O eso habría que decir de él, en su primera frase. Que yo me entiendo. Y ahora me falta explicarlo y bien, pero eh, esa es otra histeria y debe ser cantada en otra ocasión. Para ello sólo tienes que darle al play y que no nos pase nada. Muac.
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Te recomendamos el curso de Emilio Bueso en el cuenta, sin pelos en la lengua, su método de trabajo y su manera de entender el oficio de la literatura fantástica.