Hoy, en un nuevo capítulo de «vamos a hacer amigos», he decidido meterme un poco con la moda de crear para la ciencia ficción subgéneros –punk. Qué digo moda, ya casi va camino de pandemia. Unas treinta etiquetas –punk llevo contadas en 2023, sin buscar, y al final ya sabéis: que si tanto –punk dices ser, es que igual, de –punk, ni la camiseta.
Porque sí, de acuerdo, uno compra y celebra y hasta aplaude el sufijo creador de etiquetas molonas si hablamos de cyberpunk, de steampunk, de biopunk y de dieselpunk. Uno también acepta, aunque en guardia, que haya postcyberpunk, y atompunk, y en un buen día hasta wirepunk, scrapppunk y nanopunk. De hecho, como integrado que es uno, hasta es posible entender que el sufijo se haya ido renovando, del clockpunk al splatterpunk y del hopepunk al solarpunk, aunque en algunos casos fuera ya de la ciencia ficción (por cierto, si empezáis a andar perdidos recordad que tenéis en Phantastica mi curso Subgéneros de la ciencia ficción: cómo distinguirlos, emplearlos y transgredirlos). Lo que ya cuesta, del teslapunk al silkpunk, y del stitchpunk al steelpunk, y ya no digo del stonepunk al mythpunk, el decopunk o el dreampunk, es admitir que a cualquier idea sea válido añadirle impunemente un sufijo contracultural como estrategia de márquetin. Porque precisamente eso, el emplearlo para vender, es lo contrario al –punk y a su espíritu alternativo, y aunque no ha habido subgénero que no se pretendiese de éxito (ya sabéis, menos de cinco contradicciones es dogmatismo), una cosa es buscar el altavoz y otra rodearlo de purpurina, diamantes o piedras preciosas, y hacerlo además sin ponerle filtro.
Conviene pensar en ello, ahora que estamos a punto de cumplir cuatro décadas de fenómeno y con un escritor que llega este año a sus 75. Hablamos de Case, el personaje; de Neuromante, la novela; de William Gibson, el autor; y del bautizado en 1984 como cyberpunk, un subgénero que adquirió categoría estética de culto y que, de Blade Runner a Matrix, configuraría un universo, el del ciberespacio sucio, caracterizado por la combinación de alta tecnología y bajo nivel de vida. En aquella ocasión, el –punk fue un acierto y tenía todo el sentido: el cyberpunk era rebelde, contracultural, antisistema incluso, sus personajes eran antihéroes que se sentían manipulados y denunciaban el poder de las megacorporaciones, la corrupción digital, la invasión de la privacidad, el control tecnológico. Sí, el cyberpunk es lo que es porque fue pionero, y lúcido, y contestatario. Y sus epígonos, tan variados, lo tuvieron un poco por moda y otro porque compartían las ganas de reflejar nuestras miserias. Pero de ahí a hacer del –punk una plataforma capitalista, la verdad, hay el mismo salto que si alguien decidiera, y a ver si no ocurre, empezar a cacarear el advenimiento del elonmuskpunk, quizá muskpunk para abreviar.

Bromas aparte, es cierto, y lo digo con dolor, que parte del problema viene del steampunk. Un subgénero con todas las de la ley, sin duda, y que tiene las simpatías declaradas de muchos de nosotros, y además ganadas a pulso, pero cuyo bautizo empezó medio en cachondeo, en una carta de K. W. Jetter a la revista Locus en 1987, y acabó mezclando ovejas churras, merinas, eléctricas, fantásticas, ucrónicas y victorianas. O sea, con rigores, si nos ponemos puristas, a veces discutibles. De Blaylock a Powers, pasando por Miéville, Pullman, Priest o nuestros Palma, Álvarez y Vaquerizo, el steampunk y sus variantes son géneros de primera línea, pero no siempre se pretenden contraculturales. En ciertos avatares, es más, parecen buscar lo contrario.
Habrá, a estas alturas, quien con toda la razón se pregunte qué más da todo esto, y porque los –punk no pueden ir como las setas, por temporadas. Igual son cosas de críticos, de estudiosos, de tiquismiquis que buscamos leyes donde no las hay. Algo de eso habrá, también, me enmiendo la plana sin problema y me autoetiqueto como boomer pese a que ciertos extremos de lo expuesto bordeen la caricatura. A cambio de ello, y humildemente, me permito una última objeción: ¿y si de tanto detallar el mapa, acabamos supliendo el territorio –punk? ¿Habrá un –punk para cada variante, cada autor, cada obra que se lo quiera atribuir? ¿Y servirá de algo, tender tanto hacia ahí?
Sea como fuere, admito que este texto es poco –punk. Independiente sí, y de protesta, y de confesa invitación a reflexionar. Pero es difícil ir más allá si uno respeta el –punk. La paradoja, de hecho, es que el –punk muy respetado nunca será verdadero –punk.
Del mismo modo que la norma, si existe, es como el género: para transgredirla.
Curso Subgéneros de la ciencia ficción
En este curso, Ricard Ruiz Garzón nos explica los subgéneros de la ciencia ficción, yendo más allá de las simples definiciones que podrían encontrarse en cualquier texto académico.
