Cuando te planteas la escritura de un texto hay muchas decisiones que tomar. Eso lo sabe cualquiera que lo haya intentado, pero en general se piensa en la trama, los personajes, el lugar en el que se va a desarrollar la historia, la documentación sobre la época en que sucede…
La elección de narrador, que es uno de los dos elementos fundamentales de un texto, no suele ser lo primero que nos preocupa. Y debería. Porque un texto se apoya y se sostiene por la voz de su instancia narrativa, y si está mal elegida, todo el edificio se derrumba, o se queda chueco, y la persona que lee, sin tener que ser un experto para notarlo, sabe que algo está mal en esa novela, aunque no sepa decir por qué.
Lo primero que todo escritor o escritora debe tener claro es que el narrador NO es el autor. El autor o autora está fuera del texto, en el mundo real; es de carne y hueso, tiene su vida, sus problemas y sus opiniones propias.
La instancia narrativa está hecha de palabras, como todo en el texto. Por muy bueno que sea un texto y muy real que parezca, no hay más que palabras y, con ellas, tenemos que ser capaces de crear una realidad suficiente para que el lector o lectora tenga la sensación de estar presente en ese mundo, con todos sus sentidos. Para lograrlo es crucial elegir el mejor narrador posible para la materia que queremos narrar.

El autor o autora inventa la voz narrativa adecuándola a la materia, a las necesidades narrativas, buscando el mejor efecto. Si no ha elegido bien, el texto puede fracasar o perder intensidad o resultar estúpido a quien lo lee.
El narrador elige, presenta, omite informaciones… con una intención, con un propósito, para crear una sensación determinada en el lector. Es también la instancia narrativa la que elige el registro lingüístico, las comparaciones, las metáforas… el estilo… de hecho, todo el texto que vamos a leer. NO es el autor o autora. La instancia narrativa puede tener opiniones y valoraciones muy diferentes de las que tiene quien la ha creado. El autor (en el mundo extratextual) puede hablar de una forma muy distinta de como habla el narrador que ha elegido.
El narrador es la bisagra entre el mundo extratextual del autor y el mundo de palabras donde “viven” los personajes. Por eso, a menos que se trate de un narrador participante, que en ese caso es también un personaje y tiene nombre y características personales, un narrador en tercera persona no tiene por qué ser ni hombre ni mujer. Es una instancia que distribuye la información que va a recibir quien lee.
Se puede escribir un texto sin personajes, sin descripciones, sin apenas ambientación… pero no se puede prescindir del narrador (ni de una estructura, del tipo que sea, aunque sea caótica y arbitraria, simplemente porque la estructura es la “dispositio”, la manera de presentar los materiales, y siempre hay una presente). Estructura e instancia narrativa son los pilares de la narrativa. Luego, por supuesto, toda narración es un “algo” que le sucede a un “alguien” en un “dónde” y un “cuándo”. Los sucesos se narran a una determinada velocidad y a un ritmo elegido, con un tono y con una intención.
Todos esos elementos son fundamentales y deben mantener un equilibrio para que la obra resulte redonda, pero, de todas esas decisiones, la más importante, en mi opinión, es la del narrador.
La primera decisión que hay que tomar cuando quieres ponerte a escribir una idea que ya tienes en la cabeza es: ¿Quién narra? ¿En qué persona verbal? ¿Desde qué punto de vista? ¿Cuánto sabe de lo que va a narrar? ¿Entiende de lo que va a narrar? ¿Va a mentir deliberadamente? ¿Participa en los acontecimientos? ¿Los ve desde fuera? ¿Se lo han contado a él o a ella? ¿Va a haber un solo narrador o más narradores? ¿Alternándose? ¿En qué orden? ¿De la misma época? ¿Hablan igual o de modo muy diferente? ¿Qué va a omitir? Esto es fundamental, porque el narrador es quien filtra, quien decide qué presentar y qué no, y en qué orden. En una narración, lo que no se cuenta es tan importante como lo que sí se cuenta. Y la dosificación de la información que se va dando a quien lee -cuánta, cuándo, con qué claridad- es una herramienta fundamental que está en manos de la instancia narrativa.
El texto se sostiene por la voz del narrador. Es fundamental encontrar esa voz, la que mejor se adapte al efecto que queremos conseguir.
En mi experiencia, una vez hallada la auténtica voz del texto, todo lo demás fluye en la dirección que deseamos.