Cada una o uno de nosotros tiene algún tipo de talento, o de don, como esos regalos que las hadas depositaban en la cuna de los recién nacidos.

Eso es algo que no eliges, que no has decidido tú, que no puedes comprar. Puede ser cualquier cosa: tener buen sentido de la orientación, o un gran oído musical, o una especial finura de olfato, o mano segura para cortar… mil cosas. Cuando lo descubres, a veces ni siquiera sabes para qué puede servirte; otras veces, sí. Al darte cuenta de que te gusta dibujar, y lo haces bien, empiezas tal vez a plantearte una carrera en la que ese don pueda desarrollarse y te permita crecer.
Cuando sientes que sirves para imaginar historias y eres capaz de ponerlas en palabras, casi no te queda más remedio que hacerlo, porque todas esas fabulaciones necesitan salir a la luz, y el proceso te ayuda a ser más feliz, a ser más tú. Puedes negarte a hacerlo, por supuesto; pero si de verdad ese es el don de las hadas, antes o después te darás cuenta de que es mejor que lo hagas, en lugar de tratar de ser igual de bueno en otra cosa para la que no tienes tanto talento.
De todas formas, del trabajo no te vas a librar en ningún caso porque, por mucha predisposición que tengas, a todo hay que aprender, y la escritura es un ama exigente, una cruel amante en ocasiones, pero que también puede proporcionar un gran placer. Trabajo, constancia, disciplina. Aprender, practicar, aprender, practicar, leer, leer, leer como escritor, para ver cómo lo hacen algunos que nos han precedido y que saben más, o para ver lo mal que lo hacen otros y aprender lo que no queremos que nos pase a nosotros; releer, reflexionar, adquirir conciencia de que la lengua es nuestra única herramienta y debemos pulirla y afilarla para que sirva a nuestros propósitos.
Tener el talento de fabular es fundamental en este mester. Por supuesto, todos conocemos escritores de una sola obra y escritores que han escrito seis veces la misma con pequeñas variaciones porque no son capaces de fabular, porque carecen de ese talento básico en un narrador, pero aman la lengua y se sienten a sí mismos como escritores, aunque no tengan facilidad de fabulación. Se puede hacer, pero es mucho más fácil y mucho menos doloroso cuando a una se le ocurren historias constantemente, cuando la vida no tiene suficiente tiempo para narrar todo lo que tienes dentro.
Si tienes el talento de imaginar, de fabular, la capacidad de jugar con la lengua, y la disciplina necesaria para trabajar, practicar, aprender constantemente, toda tu vida, entonces has encontrado tu camino: servir a la literatura, al arte literario. Tú estás ahí para ella, no ella para ti. Te dará mucho. Te exigirá mucho. Tú decides si te vale la pena.
Nuestro hermoso oficio es contar historias y no debemos olvidar que la historia que queremos narrar está en el centro de todo. Tú haces la historia posible, lógicamente, pero no eres tú quien está en el centro. Igual que cuando una novela tuya gana un premio, es la novela quien lo gana, no tú.
Y esa historia que está en el centro de todo nos llega (a las y los lectores) porque hay un narrador que nos la transmite y que tampoco eres tú, aunque seas tú quien lo ha encontrado y le ha prestado la voz con la que hablará a lo largo de la novela.
Piensa si quieres pintar un amplio paisaje, con idas y venidas en el tiempo y en el espacio; o si lo que pretendes es conseguir una historia cerrada, agobiante, misteriosa, en la que el lector no sepa bien qué está pasando ni cómo salir de allí; o si vas a concentrarte en un personaje, su evolución, su ascenso, su caída, por poner varios ejemplos.
Eso te permitirá tantear si es mejor tomar un narrador-testigo que acompañe a ese personaje hasta su glorioso o trágico final y le dé una dimensión más profunda, o si resulta más efectivo elegir una tercera omnisciente que pueda mostrarle a quien lee todos los puntos de vista con la misma intensidad para que sea él o ella quien decida qué creer o con quién identificarse; o si hay una misteriosa primera persona que oculta su “yo” y se dirige con un “tú” a uno de los personajes; o si prefieres distanciar y manipular la credulidad del lector, encajando a varios narradores unos en las historias de los otros… Las combinaciones son muchas y los efectos, muy variados
También te recuerdo que un narrador, por muy bien elegido que esté para lo que quieres hacer, no es un monolito; puede cambiar a lo largo de la historia que está narrando. Puede aprender, hacerse más “malo”, más “bueno”, ir volviéndose loco, ir perdiendo la esperanza, ir cambiando de registro lingüístico. Casi todo es posible, igual que pasa con los personajes, siempre que mantengas la coherencia que todo lector espera.
El narrador es ese elemento “sine quo non” pero que, cuando está bien elegido, apenas se nota, incluso cuando es realmente original, como en alguno de los relatos de Julio Cortázar. Lo mejor que le puede pasar a un narrador es que nos olvidemos de que existe, que consigamos elegirlo con tanta precisión que nos parezca que la historia se está contando ella misma, sin intervención de nadie; que no podía ser de otra manera. Es como cuando alguien va tan bien maquillado que uno no se da cuenta de que lleva maquillaje. Solo de que está mucho más favorecido.
Y no lo olvides, el narrador no solo sirve para “narrar” la historia. El narrador “es” la historia, porque si quitas ese y pones otro, la historia es otra historia, incluso respetando los hechos y las fechas.
Con el narrador se pueden hacer grandes cosas. Tenlo en cuenta. Fíjate en quién narra cuando leas relatos y novelas. Estudia si el autor o autora le ha sacado todo el partido que podía sacarle, si lo ha elegido bien; piensa qué habrías hecho tú en su lugar. Estoy segura de que eso es algo que has hecho muchas veces con el final de una obra -pensar “yo habría escrito otro final”- o con un diálogo o con un personaje. Inténtalo con el narrador y aprende de ese esfuerzo.
En este oficio, una no termina nunca de aprender. Lee como escritor, escritora, como colega de tus autores favoritos. Lee para aprender, para disentir, para descubrir trucos, para sorprenderte. Y luego ofrécenos lo que tú has sido capaz de hacer.
Te deseo una feliz travesía y espero que un futuro podamos leer tus historias, y asombrarnos.
Este post está escrito por Elia Barcelo, profesora del curso ‘el narrador, una de las claves de la escritura’.