Cuando uno empieza a escribir tiende a apostar por proyectos que escapan a su control. Recuerdo bien la primera historia que quise contar: “una niña con poderes aterriza en un mundo mágico desconocido al que tiene que salvar”. Menuda premisa. Puede que sea la más ambiciosa que se me haya ocurrido hasta ahora. Por motivos evidentes, ese libro nunca salió adelante. Si pudiera volver atrás, me diría a mí misma que intentara contar algo un poco más pequeño, más controlable. Un solo acto. Me habría ahorrado muchas frustraciones.
Da la sensación de que las historias cortas y sencillas tienen poco valor. Lo primero que aprendes cuando estudias teoría de la narrativa es, precisamente, la estructura clásica. Todo el mundo en las escuelas de cine sueña con escribir su propio largometraje y, cuanto más complejo y ambicioso, mejor. Pero hay muchas maneras de escribir una historia y una muy interesante y muy útil, sobre todo si estamos empezando, es la estructura en un solo acto.
Tennessee Williams (27 vagones de algodón), Oscar Wilde (Salomé), Antón Chéjov (Petición de mano), son solo algunos ejemplos de escritores que apostaron por este formato. Aunque, como todo, son modelos de historias que encontramos ya en la Antigua Grecia: Eurípides con su Cíclope es una muestra de ello. A veces parece que toda la creatividad del mundo se quedó en esa época, menudos abusones.
¿Pero en qué consiste este tipo de estructura? Me gustaría poner como ejemplo el que fue mi Trabajo de Fin de Grado: el cortometraje El color del agua.
Comenzamos con una puesta en escena, como siempre, presentando a nuestros personajes y el mundo en el que viven. Lo mismo que encontramos en la ya explicada primera secuencia de una estructura clásica. En mi ejemplo, Alma es una joven ex-nadadora que vive con su madre. Entre ambas intuimos una relación un tanto fría, pero no nos da tiempo a indagar más. La protagonista se marcha a una fiesta con sus amigos en el bosque.
Una vez terminada nuestra introducción, le damos una dirección a nuestra historia y aprovechamos para resaltar el tema que queremos tratar: En este caso, Alma va a participar en una exposición de pintura, pero para ello tiene que terminar el cuadro que de momento solo existe en su cabeza.
Hasta aquí la primera parte de este acto único. Ahora, procedemos a esa cuestión sin la que no puede vivir una buena historia: el conflicto. Ante el protagonista se presenta un obstáculo, algo que le bloquea el paso. Un detonante: Uno de los amigos de Alma la tira al agua como broma pesada. La joven entra en pánico y, sin decir nada, decide volver a casa.
Según lo visto en la estructura en tres actos, ahora vendría el debate, y tras eso, el primer punto de giro. Pero el acto único requiere que todo explote mucho antes. Nos empuja de golpe al desastre y nos hace caer en las que serían nuestras secuencias cinco y seis: Alma está fatal después del incidente, pero es incapaz de comunicarse. Su madre no sabe qué hacer y acaban discutiendo. La protagonista rompe el lienzo en el que tenía que trabajar. Sus demonios la alejan de sus seres queridos y de sí misma. Ella no es así. ¿O sí?
Tras este momento, el acto único nos pide que confiemos en nuestros personajes y les dejemos reaccionar. ¿Cuál sería la reacción normal ante el conflicto que les ha sorprendido? Este es un tema que expando en mi otro post. La historia nos pide que respiremos y dejemos a nuestra protagonista algo de espacio para actuar: Alma decide volver al bosque, esta vez sola. Ahí recuerda lo que le pasó. Su profesor de natación abusó de ella. Desde entonces no ha vuelto a nadar. Se siente sola y el dolor, la angustia, la culpa y el asco se la comen por dentro. Sabe que necesita ayuda.
Una vez llegamos a este punto, pasamos al final. A la resolución: Alma vuelve a casa. Su madre la comprende y no duda en perdonarla. Le dice que ella está ahí. Que no está sola. Y Alma se calma.
Finalmente, nuestra protagonista es capaz de bañarse de nuevo.
Una historia no tiene por qué ser compleja y retorcida para funcionar. No necesitamos grandes cosas para emocionar al espectador. Aunque eso no significa que sea fácil. Un proyecto corto y sencillo puede ser el mayor reto al que nos enfrentemos. Yo propongo empezar por ahí. Ya habrá tiempo para fuegos artificiales. De momento, solo necesitamos verdad.

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