El presente no nos gusta. Es así.
El nuestro, el de hoy. Nos asusta, nos aturde, es signo de los tiempos. Y ayuda recordar que no siempre fue así, o no siempre lo será. No siempre hubo esta culpa, esta vergüenza colectiva, este pie al borde del abismo creyendo a pies juntillas que lo merecemos.

La ciencia ficción, por eso y por fortuna, se basó durante décadas en futuros soñados.
Hoy, la ciencia ficción se inspira en nuestro mal concepto del presente. Y ya hay quien, sin saber qué dice, llama a estos nuestros tiempos distópicos (y no: la distopía, por definición, ha de ser futura, admonitoria, una extrapolación de todo presente a condenar).
Hagamos con ello un experimento, fácil de ampliar si os subís al curso de Subgéneros de la ciencia ficción: cómo distinguirlos, emplearlos y transgredirlos. Pensad en cuáles de tales subgéneros han triunfado más en un siglo, el XXI, no por azar dominado por la fantasía (de Harry Potter a Juego de Tronos, aunque el ciclo haya empezado a cambiar). Por un lado, estaría la tríada formada por distopías, narraciones apocalípticas y narraciones post-apocalípticas (por poner ejemplos, las escritas con los códigos de Los juegos del hambre, The Walking Dead y La carretera). La diferencia entre ellas es cronológica: la distopía, como en Suzanne Collins, advierte sobre cómo empeorará todo si seguimos así; es decir, se sitúa en un punto peor que el actual, pero previo al gran desastre (de ahí su carácter político, de denuncia, de ahí que las distopías fundacionales hablaran de su presente como en ese 1984 en el que Orwell hablaba de los totalitarismos en torno a 1948). Las ficciones apocalípticas, en cambio, se sitúan en el desastre, el Armagedón, el punto máximo de la pandemia zombi si miramos el cómic de Kirkman y Moore (evocad el aluvión de películas catastrofistas de los últimos años, profecías mayas incluidas, y todo cuadra). Finalmente, la narrativa post-apocalíptica se fija en las consecuencias, en cómo proseguir tras la caída; a menudo, de hecho, sin describirla (¿o alguien sabe qué pasó antes de que el padre y el hijo de la obra maestra de McCarthy se dedicaran básicamente a sobrevivir?).
Pensemos ahora qué tienen en común estas obras… ¿Sí? ¿Lo tenéis? Exacto: como no nos gusta el presente, proponen que iremos a peor. En breve, con la llegada de la distopía. Luego, con las trompetas y el juicio final. Y a superarlo, quien quede, más allá.
Pero hay más. ¿Y el steampunk, y el retrofuturismo, con su celebració del vapor, sus reinvenciones decimonónicas y sus estéticas victorianas plagadas de artilugios, dirigibles y locos cacharros? ¿Están relacionados, sus éxitos, con los anteriores? ¿Acaso tienen que ver, Regreso al futuro 3, El mapa del tiempo de Félix J. Palma o la trilogía del Bas-Lag de China Miéville, con el alud de distopías que nos azota? Pues la respuesta es sí, y un sí rotundo. Como el post-distópico ciberpunk, de cuya implantación apenas le separa medio lustro, el steampunk es un nuevo efecto de nuestro rechazo del presente. En este caso, propiciando un retorno a otros pasados convenientemente romantizados en los que sí soñábamos con el futuro. A otros presentes, en fin, que ofrecían confianza en la ciencia, en el progreso, en la humanidad. Se trata en este caso de hacer un Lampedusa fantástico, en cierto modo: volver atrás para cambiarlo todo. Al menos, en la ficción.
Pero hay aún otro ejemplo más, y similar. La ucronía, la historia alternativa. Ese subgénero esquivo, de ciencia ficción sin futuro ni tecnologías, que especula a partir de la Historia, y que lo hace con fidelidad hasta cierto punto y reinterpretando lo sucedido a partir de ahí. Los dinosaurios no se extinguieron, los aliados no ganaron la guerra, Franco perdió, Cataluña se independizó, los rusos llegaron antes a la luna… No es de extrañar que España en general, y Cataluña en particular, se hayan inflado a cultivar este subgénero en los últimos años. ¿Y por qué? De nuevo: no nos gusta el presente, y en este caso, viajamos atrás y ofrecemos una línea temporal alternativa. En positivo, si se desea, o de nuevo en negativo, si la hibridamos con distopía como en El hombre en el castillo de Philip K. Dick.
Distopías, apocalipsis, retrofuturismo, ucronías… Sí, ha habido ciencia ficción hard, en este siglo, y empiezan a abrir fuego como reacción los esperanzadores hopepunk y solarpunk, y además hay excepciones, y tras la fiebre mutante del posthumanismo parece que llega ahora el fervor por las IA’s, ChatGPT mediante, y están también a un paso los robots y la realidad virtual. Está cambiando todo, en la vida y en la ciencia ficción, y tan rápido que nace cada día un aspirante a subgénero nuevo. Veremos adónde va.
Porque todo ello es cierto, pero la base es la que es: que hemos abierto el siglo y el milenio renegando del presente, condenándolo, buscándole variantes. Viviendo fuera de tiempo, en cierto modo. Y hemos escrito y leído miles de obras que respondían a ese estado de ánimo, a ese descenso a las tinieblas del ahora. Es hora de decidir, quizá, si chapoteamos en él o nos rebelamos. Ya está empezando el debate, es plena actualidad. Y conviene recordar de dónde viene.
Menos mal, según algunos, que la ciencia ficción de este siglo era evasiva, poco implicada, muy alejada de nuestro día a día. Quizá es que a esos algunos, futuros Montag, en realidad les convenga leer más. O, ya puestos, buscar otras gafas de realidad.
Curso Los subgéneros de la ciencia ficción
En este curso, Ricard Ruiz Garzón nos explica los subgéneros de la ciencia ficción, yendo más allá de las simples definiciones que podrían encontrarse en cualquier texto académico.
