La estructura esperable de una historia no siempre ha sido la misma. No tiene por qué serlo.
A lo largo de la historia, la estructura del relato se ha adaptado a las necesidades narrativas de los escritores. Si narrar es un acto básico de comunicación en el que se establece un canal directo entre el escritor y el lector por el cual el escritor transmite no solo una realidad ficcionalizada, sino también su visión del mundo y su propio lugar en él, la estructura de la narración, la forma en que es contada una historia, no es menos importante que la historia en sí.
En otras palabras, la historia no solo narra en palabras sino en su estética, en su apariencia y construcción. Y es en esa forma que el escritor elige para presentar una trama, una serie de sucesos, unos personajes más o menos humanos con los que empatizar o a los que detestar, donde se haya uno de los principales soportes de ese canal de comunicación. Decidimos cómo contar una historia porque el mundo existe ahí fuera y pretendemos representarlo, hacerlo real en la ficción también.
Durante el Modernismo, se estableció la estructura clásica en tres actos como la predominante en la narrativa occidental. En el Modernismo, autor y obra se mantienen unidos, no hay separación entre ellos. La relación se resume en que “alguien”, bien por su propia voz o mediante la de un personaje, narra una historia que sigue esa estructura clásica por la que se presentan unos personajes, un espacio y un tiempo. Un suceso, hecho o situación con la que comienza a rodar todo hacia lo desconocido. El lector/espectador hace sus cábalas. Supone, para engañarse o acertar cuando todo llegue al final. Y hasta aquí todo. El escritor en su lugar, el narrador en el suyo y el lector encantado con lo que acaba de vivir, o no tanto, depende.

Sin embargo, con la llegada de las vanguardias a principios del siglo XX se abre un campo de experimentación que, si bien tiene más recorrido en la poesía o las artes gráficas, se traslada también a la narrativa y afecta especialmente al enfoque y al tema más que a la estructura. Ejemplos son: En busca del tiempo perdido de Proust, o la obra de Kafka, muy influida por el Expresionismo.
Las vanguardias sirvieron como puente para el siguiente estadio de la novela: El Posmodernismo. Llegados aquí, el autor toma distancia de la obra, se separa para observar la ficción y también a sí mismo y, al hacerlo, se deja observar también por el lector, aparece como demiurgo que maneja los hilos del narrador. Tal posicionamiento derivará en géneros propios como la autoficción, pero también lo metaficcional o autoreferencial. Es la rotura de la cuarta pared en la literatura y eso revisa totalmente la estructura clásica de la novela modernista. Supone una cuestionamiento absoluto de lo que había significado narrar una ficción hasta el momento y recordemos, una vez más, que toda narración es ficción.
De esta forma, comienzan a aparecer y fusionarse con formas modernas nuevas estructuras narrativas. La novela epistolar, por ejemplo, se reinventa. Aparecen métodos más experimentales y poéticos como Rayuela o, décadas después, La casa de hojas. Las posibilidades se multiplican y ese es básicamente el hecho definitorio que habitamos durante décadas y que ahora abandonamos en pos del Metamodernismo: la posibilidad de utilizar cualquier expresión artística anterior y revisarla, transformarla y darle un nuevo sentido.
En mi novela Challenger, por ejemplo, utilicé una estructura fragmentada, formada por una multitud de escenas que dan un sentido global al final. En cambio, en mi siguiente novela, La polilla en la casa del humo, me decidí por una estructura lineal que avanzaba desde el principio hasta el final sin apenas romper las reglas hasta el desenlace. Para mi última publicación, Ardiente sol de la infancia, he optado por una estructura por capas, cerca de lo que se conoce como novela río, en que diferentes tramas separadas se van uniendo para conformar una gran historia épica que desemboca en el final.
Cada historia requiere no solo una voz y un tiempo, sino también una estructura propia, una forma que hable por ella, pero también de nosotros y del mundo que habitamos.

¿Cuáles son los fundamentos teóricos y prácticos que nos permiten construir la estructura de una novela?
En este curso, Guillem López, nos explica los fundamentos teóricos y prácticos que nos permitirán construir la estructura de una novela. En él, analiza todos los aspectos que influyen en la estructura de una novela y nos proporciona herramientas prácticas para construirla.
Guillem López nos cuenta qué tipos de estructuras existen, pero también qué aspectos narrativos influyen en ellas. Todo ello lo hace con el objetivo de que encontremos nuestro propio método de trabajo y de evitar los problemas con los que suelen encontrarse los escritores nóveles: acabar los proyectos, no perder el foco y enganchar al lector.
Para López la estructura narrativa funciona como los cimientos de un edificio. Sobre ellos se construye siempre «hacia arriba», incrementando la tensión narrativa y sin aburrir al lector. Guillem López nos contará, de forma muy práctica, el método que ha desarrollado y que, después, el alumno puede adaptar a su propio estilo de escritura.