Carter recuperó el horror de los cuentos tradicionales para hablar de la libertad, la sexualidad y la violencia.
Desde hace unos años se está reivindicando la figura de Angela Carter, considerada una de las grandes voces británicas del siglo XX. Si observamos su obra, nos daremos cuenta de que escogió el fantástico para reflexionar sobre la realidad, sobre la construcción del relato y sobre las relaciones humanas, en especial las que tienen que ver con el género, la identidad y la sexualidad.
Su trabajo con el cuento de hadas, tanto a nivel de recopilación como a nivel de reinterpretación, nos permite observar la manera en que se han escogido o transformado las historias a lo largo de los siglos para encajar en un concepto que dejaba fuera parte del simbolismo más brutal de los relatos y que, en muchos casos, reducía el papel de la mujer a víctima, a cuerpo desvalido. A través de La cámara sangrienta, el libro en el que Carter reinterpretó varios cuentos populares, vemos las posibilidades escondidas en dichos relatos y la importancia de comprender cómo se puede transformar una historia y un cuerpo.
En el caso de los cuentos que componen La cámara sangrienta, encontramos transformaciones físicas, pero sobre todo lo que encontramos es la transformación entendida como subversión y reconstrucción del discurso. Cojamos, por ejemplo, el caso de Caperucita Roja. En el cuento original, tras devorar a la abuela y vestirse con su ropa, el lobo invita a Caperucita a comer y beber (la carne y la sangre de la abuela) y luego se meten juntos en la cama.
¿Cómo interpretar esto? Hay quien interpreta el acto de canibalismo como una forma de absorber la fuerza y el conocimiento de la otra, de pasar de ser niña a adulta, porque se considera que el relato es una historia sobre la construcción y la aceptación de la identidad y la sexualidad femenina. Por eso la joven acaba en la cama con el lobo. Pero con el tiempo, el cuento pasó a ser un relato con moraleja que advertía a las mujeres de los peligros de desobedecer, de desear algo que no fuera el camino marcado. ¿Qué hizo Carter ante la imposición de esta versión del cuento? Ofrecer un tríptico de mujeres y lobos que recupera la parte simbólica, sexual y animal del original y que lo lleva más allá.

Los tres relatos en cuestión son “El hombre lobo”, “La compañía de lobos” y “Lobalicia” (según la traducción que aparece en el volumen Quemar las naves publicado por Sexto Piso). El primer relato, «El hombre lobo», nos presenta un mundo en el que la superstición está presente en el ajo que decora las puertas para cerrar el paso a los vampiros o en la idea de las brujas, a las que lapidan. En ese mundo, una joven va al bosque para visitar a su abuela, y lo hace armada con el cuchillo de su padre (ya no es víctima). Por eso, cuando el lobo la ataca, ella se defiende y le corta una pata.
Lo interesante de esta versión es que el lobo era la abuela, un ser al que acaban matando para que Caperucita ocupe su casa. No la devora, como en el cuento original, pero nos plantea la ferocidad de la mujer, sea bien por la licantropía de la abuela, bien por la capacidad de defenderse de la niña. Lo curioso es que, en el título, se hace referencia a un hombre (wer) lobo, no a una mujer. ¿Por qué?
El segundo relato, «La compañía de los lobos» (que Neil Jordan llevó al cine como The Company of Wolves) está dividida en dos partes. La primera es una exposición de cómo se construye el relato: cómo se introduce el miedo en la memoria individual y colectiva a través de la repetición de una o varias historias. Después, nos presenta la historia de la joven que, como en el primer relato, lleva un cuchillo. Cuando llega a la casa de la abuela y descubre que el lobo la ha devorado, decide no tener miedo. De hecho, y ante la amenaza de «son para comerte mejor», ella ríe, porque sabe que no es la carne de nadie. No acepta el papel de víctima que le otorgaban las historias. Ella abraza su animalidad, su sexualidad, su poder. De hecho, en la versión de Jordan, además, esa aceptación va acompañada de metamorfosis, pues ella se convierte en lobo también.
El tercero, «Lobalicia» (Wolf-Alice), nos presenta a una niña que ha sido criada por lobos y que, si pudiera hablar, se habría llamado loba a ella misma. De esta manera, sin necesidad de que haya una transformación física, Carter plantea una historia que reflexiona sobre la animalidad y la humanidad, a través también del personaje del duque y su imposibilidad de reflejarse en el espejo.
La forma en que Angela Carter supo contemplar el cuento de hadas y transgredir el discurso imperante ha permitido que muchas otras autoras también lo hagan: desde Margaret Atwood a Carmen Maria Machado, muchas son las que han observado el cuento y la metamorfosis y han decidido darle la vuelta para contar otra historia.

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