Todo texto tiene un ritmo. Cada frase tiene un ritmo. Este texto también lo tiene. Incluso si no lo notas. Tu cerebro reptiliano lo nota. Algo te dice que está. Cuenta las palabras que uso. Cada frase tiene cinco palabras. Esta frase también las tiene. Y esta otra de aquí. Cinco palabras más cinco palabras. El texto suena siempre igual. Al lector le entra modorra. Las frases le van acunando. ¿Qué pasaría si de repente hubiera una oración mucho más larga y que, además, fuera interrogativa en vez de afirmativa? O muy corta. Cortísima.
Llamaría la atención, ¿verdad?
Toda oración tiene su propia melodía. En parte, porque el castellano funciona así: la diferencia entre una afirmación y una pregunta es la melodía con la que hablamos. Pero también porque esa curva de entonación tiene unos picos de subida y unos descensos paulatinos, así que cuanto más larga sea una oración, más largo será ese descenso.
Además, tenemos sílabas tónicas y sílabas átonas, es decir, momentos que suenan más fuertes y momentos que suenan más débiles. Una palabra solo puede tener una sílaba tónica -bueno, los adverbios acabados en -mente no están muy de acuerdo con eso– , así que usar palabras largas o cortas cambia sustancialmente cómo suena la oración.
Podríamos utilizar constantemente palabras alargadas, o bien más cortas. Marcar un ritmo fuerte, como los pasos que acechan al personaje tras la puerta, o como los latidos de un corazón, igual que hizo Shakespeare en el famoso soliloquio de “ser o no ser”. O disolverlo en una oración casi eterna, que se prolonga hasta el borde de la exasperación del lector, línea tras línea, llena de incisos -aclaraciones no siempre necesarias- que no nos dejan seguir adelante, que nos mantienen en un eterno momento de lectura, como hacía Proust en En busca del tiempo perdido.

El mero hecho de cambiar el número de palabras de cada oración –o de no hacerlo– mantiene la atención del lector. Pero es mucho más importante que eso: es una herramienta más para comunicar, para transmitir información. Frases largas unidas por conjunciones que llenan nuestro párrafo de subordinadas que se fusionan las unas con las otras hasta hacernos perder la perspectiva de lo que nos están contando y rezar por un signo de puntuación que nos permita respirar antes de morir ahogados. Son ideales para reflejar el aburrimiento del personaje, o cómo se pierde en sus propios pensamientos, o cómo el tiempo parece detenerse.
O podemos usar frases cortas, yuxtapuestas, con comas, punto y comas, puntos; en rápida sucesión, corriendo, una tras otra. Acelerando todo: el texto, nuestra respiración, el pulso. Personajes que corren, perseguidos, en pánico. Angustia. Miedo.
Todo texto tiene un ritmo y una melodía, y es el autor quien los fija. No hay fórmulas, claro. Usar solo oraciones de cinco palabras hará que tu texto sea aburrido por pura monotonía, como el primer párrafo que has leído, pero tal vez sea eso lo que buscas.
Lo más importante es saber primero qué sensación quieres crear en el lector. Y luego, claro, asegurarte de que es la que provocas. Porque sabes contar hasta cinco. ¿Verdad?