Jesús Cañadas nos cuenta como su afición al flamenco le ha ayudado a entender la literatura de terror y a romper sus estándares
Soy un gran aficionado al flamenco desde que salí de la adolescencia y comprendí que para definirme no hacía falta odiar lo que me rodeaba. A partir de entonces, empecé a pillarle el gusto a una disciplina artística que, tras mucha reflexión, he comprendido que se parece muchísimo a la ficción de terror.

Me explico. En el flamenco existen palos, estándares que vertebran la disciplina: alegrías de Cádiz, fandangos de Huelva, soleares, seguiriyas y muchos más. Estos estándares responden a orígenes tanto geográficos como culturales y se han convertido en su conjunto en la tradición de la que bebe la disciplina.
En el terror sucede exactamente lo mismo. Existen ciertos estándares que vertebran la disciplina del género de terror: vampiros, casas encantadas, hombres lobo, fantasmas, brujas y muchos más. Estos estándares responden a orígenes tanto geográficos como culturales: los vampiros que sentimos más cercanos se enraízan en Europa oriental, mientras que las brujas beben de la tradición europea occidental y las casas encantadas se empezaron a ponerse en boga a raíz de la Gran Depresión estadounidense.
Sin embargo, al igual que sucede en el flamenco, los palos del terror no son objetos inamovibles ni están tallados en mármol. Al igual que en el flamenco, hay agentes de cambio, artistas que se aproximan a su tradición para realizar interpretaciones, para usarla de trampolín y alcanzar nuevas cotas, para retorcerla por completo o incluso para cagarse en ella y destrozarla, a ver si entre los escombros surge algo distinto.
En otras palabras: no es lo mismo una seguiriya cantada por Miguel Poveda que por Chano Lobato. Unas alegrías interpretadas por Duquende no suenan ni sonarán jamás igual que unas alegrías interpretadas por Arcángel. Unas sevillanas de Mariana Cornejo saben distintoque unas sevillanas de Mártires del Compás. Del mismo modo, no es lo mismo una historia de fantasmas de Joe Hill que una historia de fantasmas de María Fernanda Ampuero. Una historia de vampiros de Fernando Iwasaki no se parece a una historia de vampiros de Poppy Z. Brite. Una novela de casas encantadas de Grady Hendrix no se parece ni se parecerá jamás a una novela de casas encantadas de Nieves Mories.
Pero, por supuesto, ninguna de las dos disciplinas está parada. No se trata de volver a reinterpretar los viejos temas ad nauseam. Esos agentes de cambio, quienes cultivan cada disciplina, se devanan los sesos para crear nuevos estándares. Se prueban fusiones, se cometen errores, se hace el ridículo, se aprende, se mezcla.
Se crece.
Nombres como Rocío Molina, David Palomar, Califato ¾, Silvia Pérez Cruz, el Niño de Elche o Mariola Membrives llevan tiempo jugando con los estándares del flamenco, agarrando la tradición por las orejas y volviéndola del revés para su disfrute y el mío. Del mismo modo, en el terror no dejan de brotar nuevos estándares, mezclas, voces distintas, aproximaciones impensables hasta la fecha. Crecen palos nuevos como el horror cósmico, los zombis, las sectas, así como el creciente interés por el mayor de los monstruos: el ser humano. Lo interesante, claro, está en las voces nuevas, en despojar de voz a los de siempre y oír aproximaciones distintas.
Porque el flamenco está vivo. Siempre cambiante.
Porque el terror está vivo. Siempre cambiante.
Y los nuevos agentes de cambio, quizá, seáis vosotros y vosotras.
Estás en una escuela online de literatura de género y el autor de este post, Jesús Cañadas, es el profe del curso de fantasía histórica que está incluido en la suscripción a la escuela.